Cuando decides que vas a escribir un Blog, estableces cierto compromiso contigo misma sobre la periodicidad de las publicaciones y la disciplina para cumplirlo. Yo me he metido en este sarao simplemente por disfrutar. Me hace bien compartir mis cocinados y mis historias. Por lo tanto para mí, esto es una experiencia principalmente de goce, no de obligación. Y el día que ya no lo disfrute pues lo más probable es que deje de hacerlo.
Aún así, se propone uno cierta periodicidad, porque el medio lo requiere y porque no hay nada de malo en ser disciplinados, sobre todo cuando sabes que tienes seguidores fieles que cada semana esperan tus recetas y así te lo hacen saber. Pero a veces, aunque te propongas todo lo anterior, la realidad objetiva te supera, y te obliga a cambiar planes, a no escribir, o a sencillamente cambiar la dinámica.
Así ocurrió cuando por ejemplo se supo el resultado de las elecciones en USA. Coincidió con el mismo día en que suelo publicar, y decidí aplazar mi artículo para otro día. También pasa algo similar en fechas festivas, en que todos andan en otra dinámica, en la que hay que estar en esos días, y por tanto por más interesante y rica que sea tu receta pues pocos te leerán (comprobado por las estadísticas del blog jeje).
O sencillamente ocurre que en tu día a día ocurre algo especial y decides que no es buen momento para publicar una receta. Y eso es lo que me pasa hoy. Tenía yo clarísimo mi plato para hoy, tenía super incorporado que era la semana buena para volver a la rutina después de las comilonas y fiestongas de navidad, año nuevo, y Reyes. Pero no, ocurrió algo que le dio vueltas a todo mi plan y me puso el freno en todo lo que tenía tan estructurado hacer.
Siempre se suele decir que la familia «te toca», y que los amigos se escogen. Pero a veces toca la super suerte de que en la familia encuentres amigos, de los buenos, de esos que necesitas saber que están al menos, al alcance de una llamada telefónica. Y desde ayer, alguien ya no va a estar más. Entonces te cuestionas todo, te vienen a la memoria miles de recuerdos, revisas fotos, recuerdas buenos momentos, y lo más sorprendente, te das cuenta de que contradictoriamente no estás triste, sino que estás feliz por todo lo que compartiste y lo que en vida pudiste darle: tu cariño, mil achuchones, muchos besos, muchas risas, y muchos buenos momentos.
Te das cuenta una vez más de que la vida pende de un hilo y de que nos pasamos el tiempo pensando en tonterías e intentando ser felices, como si fuera una maratón de 42 kilómetros y una meta súper difícil de alcanzar.
Y de repente salta ante tí más clara que nunca la receta que todos buscamos, la de la felicidad. Y nada tiene que ver con lo que a lo mejor muchos imaginamos: dinero, trabajo, familia, salud. Tiene que ver solo con uno mismo. Porque la felicidad está única y exclusivamente en tus manos. y el secreto es simple: HAZ FELIZ A LOS DEMAS!
Los momentos de complicidad, risas y conversas eternas que tuvimos juntas se nos queda a las dos forever. Esa FELICIDAD que nos dimos mutuamente sin siquiera darnos cuenta es lo que ahora me deja tranquila y en paz.
Te voy a extrañar mogollón tía. Pero estoy segura de que la risa aparecerá siempre en mi rostro cuando te piense. Gracias por todo.
Sandra
🙂 hermoso.
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❤
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